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Artículo de opinión: "2x1: El futuro de la burocracia"

Xavier Marcet, Presidente de la consultora Lead To Change: "Tenemos unas administraciones encalladas en alguna década del siglo XX que deben gestionar un mundo del siglo XXI. Nuestro mundo ya no cabe en las rutinas de las burocracias. La pandemia forzó a muchas administraciones a poner el propósito y la agilidad por delante de su mentalidad burocrática, pero no tardaremos mucho en ver que lo que debería ser una experiencia de salto al futuro de las organizaciones públicas corre el peligro de ser solamente un paréntesis."

Es simple. Por cada nueva norma que pongamos en nuestras organizaciones quitemos dos. Nuestra capacidad para burocratizarnos es extraordinaria. La inflación normativa nos vuelve lentos, nos impide organizarnos con flexibilidad y crea ejércitos de resistentes a cualquier cambio. El enjambre normativo que somos capaces de crear entierra hasta sepultar cualquier atisbo de sentido común. El volumen de especialistas en marear la perdiz prolifera sin límite.

La única forma que tienen las burocracias de gestionar la complejidad es incrementándola hasta niveles insoportables. Escojan ustedes cualquier propósito loable: promover la ciencia y la investigación, facilitar la innovación, promover la transición ecológica, aumentar la transparencia en las administraciones para evitar la corrupción.

Este tipo de objetivos que son prioritarios para la sociedad se despliegan de un modo en el que el impacto que se busca acaba comprometido por la forma cómo son gestionados. Vean ustedes si no lo que sucederá con los fondos Next Generation y en general con los fondos europeos que aplican unos sistemas de control en la que la forma se come el fondo. Para la mentalidad burocrática el impacto es lo de menos. Si los fondos sirven para algo es lo de menos, mientras se cumpla la norma, la burocracia puede dormir tranquila. En vez de estar centrados en el multiplicador de cada euro público invertido, parece que nos centramos en el multiplicador normativo de cada plan que se aprueba.

La gestión de los fondos para la investigación requiere a universidades y centros de investigación que una gran parte de la energía de nuestros científicos se dilapide en normas de gestión y sistemas de indicadores diseñados por gente que nunca investigó nada. Lo mismo sucede con los sistemas de contratación pública, que están hechos por gente que nunca vio una empresa o por gente que considera a todas las empresas que quieren trabajar para la administración como una suerte de predelincuentes. La burocratización que ha supuesto en las administraciones públicas la gestión de la transparencia, algo fundamental para luchar contra el amiguismo y la corrupción, es de tal magnitud que multiplica la falta de agilidad de unas administraciones cada vez más alejadas de un mundo que cambia a una velocidad de vértigo.

El sueño de la razón produce monstruos, rezaba el grabado Goya; el sueño de las burocracias multiplica los expedientes. ¿Cómo es posible que en la era de la inteligencia artificial solamente seamos capaces de luchar contra la corrupción reburocratizando la administración? Tenemos unas administraciones encalladas en alguna década del siglo XX que deben gestionar un mundo del siglo XXI.

Nuestro mundo ya no cabe en las rutinas de las burocracias. La pandemia forzó a muchas administraciones a poner el propósito y la agilidad por delante de su mentalidad burocrática, pero no tardaremos mucho en ver que lo que debería ser una experiencia de salto al futuro de las organizaciones públicas corre el peligro de ser solamente un paréntesis. Algunas incluso volverán al papel.

Las inercias burocráticas regresarán y el ansia de normativización de todo se impondrá. Hay gente en la política, en la judicatura y en la administración que es alérgica a cualquier muestra de flexibilidad y de agilidad. Es mejor tener todo bajo control, aunque sea a costa de disminuir o neutralizar el impacto de las políticas públicas.

Burocracia alimenta burocracia. No vayamos a creer que la inflación normativa y las burocracias son exclusivas de las administraciones públicas. Hay también burocracia en las empresas, a veces por la necesidad de atender los requerimientos de las burocracias públicas, pero la mayoría de las veces por decisiones propias. Muchas empresas en tiempos de vacas gordas acaban creando unas capas de coordinación organizativa y de gestión de indicadores superfluos que se les vuelve en contra a la hora de adaptarse a los cambios de los mercados con agilidad o penaliza su competitividad por un peso excesivo de sus estructuras. También dentro de muchas empresas existe esta pulsión controladora que pretende capturar la realidad en un Excel perfecto o en un sistema de gestión tipo ERP. Conozco a muchas empresas que no saben qué hacer con la dimensión de unos servicios centrales que crearon cuando toda coordinación les parecía poca. La burocratización deviene una patología grave cuando dentro de una empresa hay un número desproporcionadamente grande de gente que no tiene como primer pensamiento a los clientes, sino las cuitas internas de la organización.

Las burocracias se regodean en planes, indicadores innecesarios y metodologías de una sofisticación eludible, pero las empresas viven de vender con margen, producir eficientemente y cobrar diligentemente. Lo cierto es que muchas empresas necesitan menos niveles de gestión, menos silos y mucha más versatilidad y capacidad de adaptación.

La burocracia casa mal con el empoderamiento, la innovación y la agilidad, y hoy día las empresas que no saben empoderar no saben crecer, las que no saben innovar no son consistentes y las que están faltas de agilidad pierden el tren. Gary Hamel se ha convertido en el gran pensador del management a favor de la desburocratización de las empresas, el mayor estigmatizador de las burocracias. Su tesis es que a mayor burocracia mayor deshumanización de las organizaciones y mayor difuminación del propósito. Ha creado un neologismo, la buroclerosis, como fusión de burocracia y esclerosis. Sus cálculos sobre la pérdida de valor que la burocracia acarrea a las empresas hacen pensar.

La pulsión burocrática nos nace de muy a dentro. A la que nos descuidamos, nos burocratizamos casi sin darnos cuenta. Las organizaciones deben ponerse a dieta de un exceso de normativas y de burocracias. La burocracia es el colesterol de las organizaciones.

 

 

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Xavier Marcet (La Vanguardia)

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Es simple. Por cada nueva norma que pongamos en nuestras organizaciones quitemos dos. Nuestra capacidad para burocratizarnos es extraordinaria. La inflación normativa nos vuelve lentos, nos impide organizarnos con flexibilidad y crea ejércitos de resistentes a cualquier cambio. El enjambre normativo que somos capaces de crear entierra hasta sepultar cualquier atisbo de sentido común. El volumen de especialistas en marear la perdiz prolifera sin límite.

La única forma que tienen las burocracias de gestionar la complejidad es incrementándola hasta niveles insoportables. Escojan ustedes cualquier propósito loable: promover la ciencia y la investigación, facilitar la innovación, promover la transición ecológica, aumentar la transparencia en las administraciones para evitar la corrupción.

Este tipo de objetivos que son prioritarios para la sociedad se despliegan de un modo en el que el impacto que se busca acaba comprometido por la forma cómo son gestionados. Vean ustedes si no lo que sucederá con los fondos Next Generation y en general con los fondos europeos que aplican unos sistemas de control en la que la forma se come el fondo. Para la mentalidad burocrática el impacto es lo de menos. Si los fondos sirven para algo es lo de menos, mientras se cumpla la norma, la burocracia puede dormir tranquila. En vez de estar centrados en el multiplicador de cada euro público invertido, parece que nos centramos en el multiplicador normativo de cada plan que se aprueba.

La gestión de los fondos para la investigación requiere a universidades y centros de investigación que una gran parte de la energía de nuestros científicos se dilapide en normas de gestión y sistemas de indicadores diseñados por gente que nunca investigó nada. Lo mismo sucede con los sistemas de contratación pública, que están hechos por gente que nunca vio una empresa o por gente que considera a todas las empresas que quieren trabajar para la administración como una suerte de predelincuentes. La burocratización que ha supuesto en las administraciones públicas la gestión de la transparencia, algo fundamental para luchar contra el amiguismo y la corrupción, es de tal magnitud que multiplica la falta de agilidad de unas administraciones cada vez más alejadas de un mundo que cambia a una velocidad de vértigo.

El sueño de la razón produce monstruos, rezaba el grabado Goya; el sueño de las burocracias multiplica los expedientes. ¿Cómo es posible que en la era de la inteligencia artificial solamente seamos capaces de luchar contra la corrupción reburocratizando la administración? Tenemos unas administraciones encalladas en alguna década del siglo XX que deben gestionar un mundo del siglo XXI.

Nuestro mundo ya no cabe en las rutinas de las burocracias. La pandemia forzó a muchas administraciones a poner el propósito y la agilidad por delante de su mentalidad burocrática, pero no tardaremos mucho en ver que lo que debería ser una experiencia de salto al futuro de las organizaciones públicas corre el peligro de ser solamente un paréntesis. Algunas incluso volverán al papel.

Las inercias burocráticas regresarán y el ansia de normativización de todo se impondrá. Hay gente en la política, en la judicatura y en la administración que es alérgica a cualquier muestra de flexibilidad y de agilidad. Es mejor tener todo bajo control, aunque sea a costa de disminuir o neutralizar el impacto de las políticas públicas.

Burocracia alimenta burocracia. No vayamos a creer que la inflación normativa y las burocracias son exclusivas de las administraciones públicas. Hay también burocracia en las empresas, a veces por la necesidad de atender los requerimientos de las burocracias públicas, pero la mayoría de las veces por decisiones propias. Muchas empresas en tiempos de vacas gordas acaban creando unas capas de coordinación organizativa y de gestión de indicadores superfluos que se les vuelve en contra a la hora de adaptarse a los cambios de los mercados con agilidad o penaliza su competitividad por un peso excesivo de sus estructuras. También dentro de muchas empresas existe esta pulsión controladora que pretende capturar la realidad en un Excel perfecto o en un sistema de gestión tipo ERP. Conozco a muchas empresas que no saben qué hacer con la dimensión de unos servicios centrales que crearon cuando toda coordinación les parecía poca. La burocratización deviene una patología grave cuando dentro de una empresa hay un número desproporcionadamente grande de gente que no tiene como primer pensamiento a los clientes, sino las cuitas internas de la organización.

Las burocracias se regodean en planes, indicadores innecesarios y metodologías de una sofisticación eludible, pero las empresas viven de vender con margen, producir eficientemente y cobrar diligentemente. Lo cierto es que muchas empresas necesitan menos niveles de gestión, menos silos y mucha más versatilidad y capacidad de adaptación.

La burocracia casa mal con el empoderamiento, la innovación y la agilidad, y hoy día las empresas que no saben empoderar no saben crecer, las que no saben innovar no son consistentes y las que están faltas de agilidad pierden el tren. Gary Hamel se ha convertido en el gran pensador del management a favor de la desburocratización de las empresas, el mayor estigmatizador de las burocracias. Su tesis es que a mayor burocracia mayor deshumanización de las organizaciones y mayor difuminación del propósito. Ha creado un neologismo, la buroclerosis, como fusión de burocracia y esclerosis. Sus cálculos sobre la pérdida de valor que la burocracia acarrea a las empresas hacen pensar.

La pulsión burocrática nos nace de muy a dentro. A la que nos descuidamos, nos burocratizamos casi sin darnos cuenta. Las organizaciones deben ponerse a dieta de un exceso de normativas y de burocracias. La burocracia es el colesterol de las organizaciones.

 

 

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