Para ser ágil, una organización necesita ser al mismo tiempo dinámica y estable. Las prácticas dinámicas permiten rapidez, capacidad de respuesta y adaptación ante nuevos retos y oportunidades, mientras que las prácticas estables cultivan la eficiencia y la confianza al erigir una columna vertebral de elementos que no se necesita cambiar con frecuencia. Un estudio publicado en McKinsey Quaterly clasifica en cuatro grupos a las unidades organizativas según el grado de implementación de dichas prácticas: burocráticas, start-up, cautivas y ágiles.
Los cambios rápidos en la competencia, la demanda, la tecnología y el entorno regulatorio han provocado que sea más importante que nunca que las organizaciones puedan responder y adaptarse rápidamente. Sin embargo, según una Encuesta Global de McKinsey (realizada en febrero de 2017 entre más de 2.500 participantes de un amplio rango de regiones, industrias, tamaños corporativos y especialidades funcionales), la agilidad organizacional, es decir, la capacidad de reconfigurar rápidamente la estrategia, la estructura, los procesos, las personas y la tecnología para abrir oportunidades que creen y protejan el valor, es un reto difícil de lograr para la mayoría.
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Acceso al documento original en inglés: https://www.mckinsey.com/business-functions/organization/our-insights/how-to-create-an-agile-organization