Durante las últimas semanas, a dos importantes personas del mundo de los negocios se les ha ocurrido explicarme la modestia de sus gastos. Ambos me aseguraron que había todo tipo de cosas que tenían derecho a reclamar, ya que habían escogido costearlas de sus propios bolsillos. La conclusión a la que se suponía que tenía que llegar era que son personas íntegras y grandes modelos en los negocios. La conclusión que extraje, en realidad, fue que formaban parte de una nueva y tediosa moda en Reino Unido: reclamar que se pasan pocas facturas de gastos. La semana pasada, Barclays publicó un sondeo que mostraba que, por lo general, los ejecutivos exigían poco en los viajes de negocios, y que cuanto mayor era el puesto que se ocupaba en el escalafón, menos se reclamaba. El presidente medio demanda, por lo visto, 719 libras (822,9 euros) al año.
¿Quiere decir esto que en los negocios, a diferencia de la política, no hay ninguna historia emocionante sobre gastos? ¿Que los hombres y mujeres de negocios son mejores personas que los parlamentarios?
Nada de eso. Las cuentas de gastos de los ejecutivos son documentos fascinantes, aunque puede resultar endemoniadamente complicado dilucidar qué nos pueden contar.
Supongamos que se hiciesen públicos los formularios de gastos de todos los directivos de empresas. De un plumazo, sabríamos quién despilfarra el dinero de la empresa y quién es un mezquino. Sin embargo, esto, por sí solo, no resultaría muy útil. Alguien que lleve a sus clientes a McDonald’s probablemente esté deteriorando su fondo de comercio con más rapidez de la que ahorra dinero. Alguien con un fajo de facturas de Savoy Grill podría estar invirtiendo de forma inteligente –o no–. Habría que ser una mosca y estar en la mesa para comprobarlo.
La transparencia de gastos nos mostraría qué líderes empresariales pagan sus propias consumiciones en los negocios. Pero incluso en este caso hay cuatro posibles razones para este comportamiento: son ricos; son estúpidos; son moralmente responsables; son perezosos y caóticos.
En mi propio caso, se aplica la cuarta opción. En mis cerca de dos años como consejera no ejecutiva, no he pasado ninguna nota de gastos. No es que no quiera el dinero, sino que tardé mucho en conseguir el formulario de gastos adecuado y, para entonces, había perdido los recibos. Cuando encontré los recibos, había perdido los formularios. Cuando finalmente junté ambos, los llevaba en mi bolso hasta que me lo robaron. Así que he vuelto a la situación inicial.
La plena transparencia también ayudaría a descubrir a las personas que están metidas en chanchullos. Podría pensarse que sólo hay una conclusión posible en este caso: cualquiera que infle los gastos es un ladrón. Los pequeños engaños llevan a otros mayores, por lo que un empleado que haga chanchullos no es un trabajador deseable.
Tampoco acepto esta idea. Hay malos engaños –como cuando haces que la compañía pague la operación de tu mascota– y engaños aceptables. No me importaría contratar a una persona que hubiera cogido un taxi a casa después de una dura jornada de trabajo y que lo hubiera pasado como un viaje a una reunión de negocios.
La transparencia de gastos permitiría entender la deliciosa trivialidad existente en todos nosotros.
Las reclamaciones de gastos con las que más he disfrutado en las últimas semanas pertenecieron a Kim Philby, en el año 1940. El espía había perdido sus posesiones en Francia y reclamó a The Times, donde trabajaba por entonces, veinte artículos: "camisetas, corbatas, calcetines, gemelos, un sombrero, guantes de piel de cerdo, zapatos, un camisón (viejo)... una máquina de escribir Royal (en buen estado), una pluma Parker y otra en su estuche (nueva)... zapatillas, bufandas, accesorios de baño, termos, mapas y un maletín para los mapas". Reclamaba 100 libras y 16 chelines, y explicaba. "Sólo he podido encontrar el coste exacto de siete de los artículos, y el resto lo he calculado en base al catálogo de Army and Navy Stores (unos grandes almacenes)".
No me importa si estaba violando las reglas, y tampoco sé qué me dice esto sobre Philby. El placer está en los detalles.