Dos libros llaman la atención en las librerías estadounidenses este septiembre. En ellos dos filósofos plantean una idea muy subversiva: si hay algo aún peor que el paro masivo de esta crisis es la vuelta al statu quo laboral de años anteriores.

Lo ganó sin duda el escapismo policiaco de Stieg Larsson, prueba de que hasta un tocho de 800 páginas puede ser leído en posición vertical. Pero ya se acabó el concurso de lectura playera del segundo verano de la crisis. A partir de ahora se buscan títulos hechos a la medida de la vuelta al paro, al empleo inseguro y a un puesto de trabajo estresado en la peor coyuntura del mercado laboral desde los ochenta.

Y dos libros llaman la atención en las librerías estadounidenses y británicas. Uno es The pleasures and sorrows of work Penguin, 2009-del filósofo pop suizo-británico Alain de Botton. El otro, de Matthew Crawford - otro filósofo muy sui generis que abandonó la dirección de un prestigioso think tank en Washington para dedicarse a la reparación de motocicletas-,se titula misteriosamente Shop class as soulcraft: an enquiry into the value of work (oficios técnicos como artesanía para el alma: una investigación sobre el valor del trabajo) - Penguin, 2009-.Es un éxito de ventas.

Ambos filósofos plantean una idea muy subversiva. Si existe algo aún más terrorífico que el paro masivo de esta crisis es la vuelta al statu quo laboral de los años anteriores. Porque en el lugar de trabajo del siglo XXI coincide una orwelliana cultura corporativa - el Gran Hermano de gigantes como Google-y una banalización del trabajo en sí. Hasta en los centros del llamado knowledge work - trabajo del conocimientos-reina la confusión en oficinas sin objetivos concretos ni criterios claros de éxito o fracaso. Dada esta ausencia, los abismales diferenciales de remuneración se justifican por una pseudociencia económica centrada en valoraciones interesadas del capital humano.

De Botton - una especie de Jean Baudrillard para lectores del Daily Telegraph- contempla el mundo de trabajo 150 años después de que el economista italiano Vilfredo Pareto planteara que "una sociedad creará riqueza en la medida en la que sus ciudadanos prescindan de conocimientos generales, en favor de capacidades individuales en campos estrechos". Desde sus inicios en las plantas de ensamblaje fordistas de Detroit y la oficina taylorista de Chicago, esta división del trabajo se globalizó. La sociedad perfecta paretiana - especula De Botton-sería "tan especializada que nadie entendería lo que hacen los demás".

Y, para averiguar hasta dónde hemos avanzado por el camino paretiano, De Botton - autor del éxito de ventas Cómo cambiar tu vida con Proust- visita las instalaciones británicas del gigante fabricante multinacional de galletas United Biscuits y concierta entrevistas con una serie de empleados, trabajadores, creativos y directivos cuyas tarjetas anuncian extrañas categorías laborales, como asesor de proyectos estratégicos sección chocolate, asesor tecnológico de envases, coordinador de supervisión de marcas para galletas dulces...

Pronto se da cuenta de que la utopía paretiana es una realidad nada armoniosa en United Biscuits. "Nadie entiende lo que hace el otro". "Las mentes mas hábiles pasan sus vidas simplificando o acelerando funciones de banalidad excesiva para los demás". El momento de epifanías para De Botton es una entrevista con el diseñador del último producto estrella, la galleta de chocolate conocida como Moments (momentos). "Las galletas hoy en día son un producto de psicología y no de pastelería", insiste el diseñador, explicando que en una sesión con un focus group compuesto por madres de baja renta, United Biscuits había averiguado que ellas "añoraban simpatía, afecto y tiempo para sí mismas" · . Y la galleta Moments - suavemente crujiente y redonda con trocitos de chocolate y pasas-iba a ser "la solución para su dilema", aunque el efecto secundario sea la obesidad. Luego el filósofo mantiene una conversación con una empleada joven de United Biscuits aislada en su cubículo, sin expectativas. "Una mujer de un cuadro de Edward Hopper", dice De Botton. Dicho sea de paso, precisamente la clase de mujer que se ha enganchado a las novelas de Larsson. De Botton se pregunta si el lugar de trabajo sin alma de "la fabricación y marketing de la galleta Moments es precisamente la raíz de la sensación de vacío que supuestamente iban a aliviar". De Botton es el filósofo de los tories británicos pero esa es una reflexión que habría encantado a Karl Marx.


La oficina del siglo XXI

En la economía del conocimiento, los criterios objetivos de lo que constituye un trabajo bien hecho se pierden y la cohesión sociopsicológica de la organización se convierte en el fin en vez del medio", sostiene Matt Crawford. En las nuevas oficinas del trabajo del conocimiento, el auge del trabajo en equipo "dificulta la búsqueda de la responsabilidad individual" y "abre el camino hacia nuevos sistemas de manipulación de trabajadores por sus directivos". "Los directivos se convierten en psicólogos y los manuales de gestión son una subcategoría de libros de autoayuda". La empresa en sí se convierte en una especie de religión, "el principio más elevado", y líderes empresariales con másters de Harvard o Cambridge dan conferencias como telepredicadores. El presidente de una auditora multinacional entrevistado en el libro de Alain de Botton, pronuncia una especie de sermón bajo pantallas que insta a "¡Vivir los valores de la empresa!, ¡conectar a lo ancho de la organización! y ¡pasarlo bien!". La empresa se parece a la macroiglesia y viceversa. Pero existe en EE. UU. una cultura irónica inconformista. Más que libros de gestión o de autoayuda como ¿Quien se llevó mi queso? o Sopa de pollo para el alma (sic),es el humor negro y absurdista de la serie de dibujos animados Dilbert o La oficina de Ricky Gervais lo que de verdad capta la realidad de trabajo de conocimiento y de cubículo de la oficina actual.

La clave para el directivo es "jamás decir nada que pueda dañar irreversiblemente lo que otros piensan de ti, porque jamás sabes quién va a ser tu próximo jefe", sostiene Crawford. Yel resultado es la cultura de la deniabilty (la posibilidad de desmentir una acusación). "Como en la Unión Soviética, existe un sistema dual, un discurso vacío en el ámbito público y visceralmente agresivo en la esfera privada", explica.

Y la ausencia de auténticos estándares de éxito y fracaso en la economía del conocimiento - más allá de desquiciadas cotizaciones bursátiles-crea el espacio para la pseudociencia económica que justifica paquetes de remuneración desorbitados de los ejecutivos. La extraña convivencia de estos supersalarios con la enfermedad de la burocracia de ser uno del montón da lugar a la paradoja en la cual, como ironiza De Botton, el presidente de una de las multinacionales de auditoría mayores del mundo, con 12.000 personas bajo su mando, sabe que "mantener la apariencia de ser un empleado del montón es la única manera de garantizar que jamás se vuelve a serlo".


¿Arreglar o comprar?

Al igual que la escasa comprensión del trabajo de los demás, la capacidad de las personas para entender el funcionamiento de los objetos que compran ya es casi nula, como explica Matt Crawford. Desde tapas de aparatos que requieren destornilladores especiales hasta coches con motores herméticamente cerrados, ya se diseña todo para que no pueda ser reparado. Es el resultado de otra idea económica, también paretiana, de que "existen costes de oportunidad al pasar tiempo reparando cosas que pueden ser compradas". Pero Crawford defiende la importancia de arreglar cosas y de la "competencia manual" - tanto como afición como oficio-para "lograr algún grado de autosuficiencia individual". Y nota que desde el inicio de la crisis "la búsqueda de frugalidad responde a un deseo de que las cosas estén mas próximas, de desvincularnos de la dependencia de las fuerzas oscuras de la economía global". Propone la reincorporación de los oficios a la enseñanza básica: los talleres (shopclass) de soldadura, carpintería... Y tiene conocimiento de causa: abandonó la dirección de un prestigioso think tank en Washington para montar un taller de reparación de motos en Richmond (Virginia). "Me di cuenta enseguida de que se piensa más en un taller de motos que en un think tank",señala.

En esta confusión respecto a los objetos y personas que nos rodean, nos convertimos en carne de cañón de las "fantasías del marketing", explica Crawford. Carente de la independencia que supone dominar un oficio manual - de jardinero a fontanero, de electricista a mecánico-y de tener pruebas irrefutables de que lo hacemos bien, se nos ofrece la "autonomía falsa de elegir lo que queremos consumir". En vez de realizarnos en el trabajo, intentamos realizarnos comprando. La diferencia entre arreglar y comprar es clave y no sólo por la filosofía de Crawford del trabajo, ni por motivos medioambientales. Es también una manera de proteger empleo en tiempos de globalización porque - pese a lo que se suele decir-los oficios son los trabajos que mejor se defienden en la división de trabajo global: "Si necesitas que te construyan una terraza o que arreglen tu coche, los chinos no te van a ayudar", advierte Crawford. O como dijo el economista de Princeton Alan Blinder: "No puedes deslocalizar la tarea de remachar un clavo". Ahí esta el problema con los programas Renove para estimular la demanda en la industria del automóvil; comprar un coche nuevo crea empleo fuera; arreglar el tuyo crea empleo en el barrio.

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