Un trabajo publicado en la revista 'Medicina ' 'Clínica ' ha dado un 'tirón de orejas ' a los profesionales sanitarios que hablan más de la cuenta. Según se desprende de este seguimiento multicéntrico (llevado a cabo en siete hospitales españoles), estos trabajadores saben que la confidencialidad de los pacientes es un deber ético y una obligación moral y, de hecho, conocen los conceptos relacionados con el tema. Sin embargo, no están al corriente de los pormenores de las leyes al respecto y, sobre todo, ignoran que las transgresiones pueden conllevar incluso penas de cárcel.
Es decir, la teoría no se traduce en unas prácticas correctas. De hecho, el 96% de los más de 2.000 encuestados en el estudio reconocieron que, en caso de ingresar ellos mismos en su centro, la probabilidad de que sus compañeros se enterasen del hecho sería alta o muy alta.
¿Y cuáles son las vías por las que se filtra la información confidencial? Pues casi siempre, según han observado los autores, son simples cotilleos que se hacen en los pasillos, el control de enfermería, la cafetería, el ascensor o en la propia habitación, delante de otros pacientes o trabajadores del hospital.
«Es una cuestión de hábitos y de falta de reflexión. El hecho de que las filtraciones se produzcan en estos lugares y se hagan de forma tan frívola denota la sensación de que no pasa nada; pero sí pasa. La confidencialidad no ha preocupado en el pasado y, además, es un derecho que no está bien protegido en el resto de la sociedad», reseña la doctora Marga Iraburu, del servicio de Medicina Preventiva y Gestión de la Calidad Hospitalaria del Hospital Virgen del Camino (Pamplona) y directora del estudio.
No obstante, no hay que cargar las tintas en los profesionales. Los usuarios son, a veces, responsables de que los médicos, enfermeras y celadores fisguen donde no deben. Y es que, ¿cuántas veces ha pedido a un empleado que se entere de cómo está un amigo o un familiar sin saber si éste ha dado su consentimiento para que los demás estén al tanto de su enfermedad?
«En nuestra sociedad el núcleo familiar es muy importante; lo que tiene ventajas indudables, pero hace muy difícil mantener la intimidad. Los allegados no aceptan que si el enfermo no quiere, no tienen derecho a indagar en los pormenores de su salud; es más, a veces tratan incluso de dejarle fuera para ahorrarle sufrimiento, pero eso no es ético ni correcto», resume Iraburu.
Para preservar la intimidad de los pacientes, los responsables de la investigación proponen medidas de formación y cambios estructurales en el ámbito sanitario.
PAUTAS SENCILLAS
En muchos centros ya se imparten cursos de confidencialidad para que médicos, enfermeras, celadores e, incluso, el personal de limpieza, se conciencie de que trabajar con enfermos requiere precauciones especiales. Por otra parte, se aboga por la implantación de la historia clínica informatizada.
«Al principio ésta suscita recelos porque la información electrónica es más accesible. Sin embargo, la tecnología ofrece métodos de vigilancia y control para penalizar los accesos indebidos y seguir el rastro de los datos», explica Iraburu.
Además, ya que el castigo se produce cuando la infracción ya ha ocurrido, los especialistas promueven otras medidas preventivas, como la construcción de habitaciones individuales o servicios de urgencias más íntimos. «A veces sólo hay que ser más prudente, poner los historiales boca abajo, usar sobres opacos para meter las pruebas [...] o facilitar el anonimato del paciente que lo requiera», afirma la experta.
En este sentido, algunos centros ya 'ocultan ' los datos del usuario. Su identificación se hace mediante una pulsera y su número de historia. Así, ni siquiera el personal que le trata sabe cuál es su verdadero nombre.