Nos envuelve un contexto social que prioriza y ensalza la velocidad. En general, se plantea como valioso y prioritario conseguir llevar a cabo la fórmula mágica de hacer el mayor número de tareas en el menor tiempo posible: el ideal del "hombre orquesta".

La sabiduría popular no valora la prisa. Algunos de los dichos son bastante significativos: “Vísteme despacio que tengo prisa”,“La prisa no es una adecuada compañera o consejera”, “¡Las prisas no son buenas!” y uno especialmente, que es “terrorífico”, “La prisa destruye y mata”.

Por el contrario, nos envuelve un contexto social que prioriza y ensalza la velocidad. En general, se plantea como valioso y prioritario conseguir llevar a cabo la “supuesta” fórmula mágica: hacer el mayor número de tareas en el menor tiempo posible. El ideal sería el hombre orquesta que pudiera estar realizando múltiples actividades a la vez.

Vivimos cada vez más en la cultura del nanosegundo - unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo-. Parece que no alcanza para medir el tiempo en horas y segundos, y hay que utilizar el nanosegundo. Así, se tiene la sensación de que los días vuelan y de que la prisa produce la paradoja de hacernos sentir que no hay tiempo para nada. Estamos organizando la vida a la velocidad de la luz y la aceleración en nuestra sociedad se traduce en un esfuerzo por comprimir el tiempo. No es extraño que la ansiedad sea uno de los síntomas de nuestra época, ya que cada momento se convierte en una carrera precipitada contra el reloj.

La excesiva rapidez crea una dinámica de impaciencia. Todo debe estar listo para “ayer”. De ahí que inmersos en esta cultura, no sea extraño caer en “curiosos” comportamientos. Por ejemplo, es fácil observar como algunas personas al subir al ascensor aprietan el botón de “cerrar puertas” en lugar de esperar a que éstas se cierren solas o no paran de golpear el pulsador, anhelando que se abra más rápidamente. Así, la mínima espera ante cualquier acontecimiento se hace eterna o la velocidad en internet de la más novedosa banda ancha se queda trasnochada y se percibe “lenta” rapidísimamente. Vivimos en la cultura del instante. He ahí algunas expresiones que empleamos: café “instantáneo”, sopa “instantánea”, respuesta “instantánea”, correo electrónico “instantáneo” -Messenger Instant-, etc.

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