La película de próximo estreno The Circle (“El Círculo”), protagonizada por Emma Watson y Tom Hanks, relata cómo la monitorización tecnológica de los trabajadores puede acabar tomando el control de la vida de las personas. Desde The Guardian vislumbran un futuro laboral distópico similar en el que, antes de ser sustituido por la automatización, el ser humano se tendrá que parecer más a un robot para poder seguir trabajando.

“Los secretos son mentiras; compartir es bueno; la privacidad es robo.” Así se exponen los tres aforismos orwellianos en el corazón de la novela de Dave Eggers de 2013, The Circle (“El Círculo”), cuya versión cinematográfica, protagonizada por Emma Watson y Tom Hanks, llegará a los cines esta primavera. La historia se centra en una especie de omnipotente híbrido entre Google, Twitter y Facebook y plantea preguntas exigentes sobre su visión compartida del futuro. Aparece pues en el momento perfecto, haciéndose eco de la creciente preocupación por el enfoque imperial sobre la información que tienen los gigantes digitales y la sensación de que su poder e imprudencia está teniendo ya grandes impactos en el mundo real. Tales como, quizás, el clima intelectual que se respira a comienzos del 2017: el miedo a la tecnología fusionado con el terror a Donald Trump y al Brexit, dejándonos a muchos de nosotros en un estado de ansiedad nerviosa.

En el centro de la novela y de la película está la corporación Circle, cuyo logotipo sugiere un moderno panóptico (un tipo de arquitectura carcelaria), y cuyos líderes quieren moldear el mundo a imagen y semejanza de su cuartel general en California. Allí, la privacidad y la autonomía no cuentan para casi nada. Bajo una capa de buenrollismo, los empleados son cómplices de su propia monitorización constante y de un sistema de evaluación continuo por parte de sus compañeros, quienes introducen la información en un sistema llamado Participation Rank (“Ranking de participación”), o PartiRank, para abreviar.

Los detalles de su vida online y offline son juzgados de acuerdo con un “número generado por un algoritmo” que mide su actividad. “Sólo es por diversión,” le dice un superior de alto nivel al protagonista de la historia. Pero, por supuesto, no es así: este es solo un ejemplo más de las formas pasivo-agresivas de Silicon Valley, respaldadas por unas descabelladas exigencias que se pueden resumir en uno de los eslóganes de Circle, “Hagámoslo. Hagámoslo todo.”

Incluso cuando se publicó, The Circle, cuya trama está basada en el impulso de hacer "transparente” a toda la humanidad o de someterla a un constante escrutinio online, se percibió menos como una sátira que como una representación bastante exacta de hacia dónde se dirigen las sociedades avanzadas, en particular en relación con la vigilancia en el entorno laboral y la forma en que se empieza a confundir con la supervisión de la totalidad de la vida de las personas. Por supuesto, desde los relojes para fichar hasta la tiranía de los estudios sobre la productividad, las empresas siempre han tratado de maximizar el control de sus trabajadores, generalmente bajo los auspicios de la eficiencia. Pero desde hace tiempo la era digital ha permitido darle formas alucinantes a dicha tendencia.

Esta semana he hablado con una coordinadora sindical que trabaja en dos campos clave: el de los enormes almacenes dirigidos por un gigante minorista online y el de los repartidores. En el primer caso, me dijo, los empleados son a menudo supervisados de tan cerca que sus jefes directos pueden ver si se detienen entre las tareas o, incluso más inconcebible, si paran para hablar con sus compañeros, algo que se detecta cuando se reúnen varios puntos en un GPS. Socializarse se convierte en algo imposible; la idea de encontrarse con un compañero en el trabajo parece de una antigüedad ridícula.

Por su parte, cuando se trata de cualquier cosa que involucre a un ser humano y a un automóvil, furgoneta o camión, el mismo seguimiento significa que la productividad tiene que ser exprimida cada segundo: incluso parar en Tesco, una cadena de supermercados de Reino Unido, a por un bocadillo puede ser una decisión imprudente. Luchar contra todo esto, se me dijo, solo es posible en lugares de trabajo con un sindicato fuerte y, además, las personas acostumbradas a ser constantemente monitorizadas en el trabajo tienden a esperarlo: como afirmó mi contacto, “No piensan que sea tan malo. Les parece normal.” Estas técnicas de larga duración están deslizándose hacia puestos de aparente mayor responsabilidad. El PartiRank de la película puede ser inventado, pero hay infinidad de equivalentes en el mundo real: las compañías que los usan pueden decir que les permiten no solamente supervisar los movimientos e interacciones de sus empleados sino también instalar precisamente el tipo de monitorización continua y de apariencia obsesiva sobre el que escribió Eggers en su obra.

Si oyes el término “analítica de personas”, preocúpate. Algunos sistemas son sencillamente intrusivos: Worksnaps, por ejemplo, es una aplicación que puede tomar repetidas capturas de pantalla de los ordenadores de los empleados, contar los clics de su ratón y tomar imágenes de la webcam. Otros son más pasivo-agresivos: BetterWorks utiliza una aplicación similar a Facebook que se basa en las publicaciones de los empleados sobre sus supuestos objetivos de trabajo, y en la periodicidad de los “me gusta” o de los ánimos hacia sus compañeros. “En la oficina del futuro,” afirma el Presidente de la empresa responsable, “siempre sabrás qué estás haciendo y la velocidad con la que lo haces.”

La creciente omnipresencia de los Fitbits, los dispositivos llevables que rastrean cuánto caminas, la calidad de tu sueño, los latidos de tu corazón y más cosas, va por el mismo camino. La cadena minorista estadounidense Target anunció en 2015 que las pulseras de Fitbit iban a ser ofrecidas a sus 335.000 trabajadores, como parte de la implantación de lo que en jerga empresarial se llama “programas de bienestar corporativo”. Tal y como se ha presentado, los trabajadores que optan por tener sus metabolismos monitorizados son organizados en equipos que compiten entre ellos por aumentar el dinero dedicado a causas benéficas. Entonces solamente es por diversión. Hasta que, quizás, ya no lo sea.

Si dudas de los elementos siniestros de lo que está pasando, ten en cuenta el caso de Myrna Arias, que trabajó para una empresa de cambio de divisas con sede en Miami que insistió en que se descargara una aplicación en su teléfono que registraba su paradero las 24 horas del día. Ella borró la aplicación y fue despedida, incurriendo en acciones legales que fueron finalmente resueltas extrajudicialmente. O quizás echar un ojo a la historia de dos vigilantes de aparcamiento en Sydney que fueron despedidos recientemente por el contenido de unas conversaciones que fueron recogidas por las ‘body cams’ que llevaban puestas.

Más cercano, según informaciones del fin de semana pasado, una empresa estadounidense llamada Humanyze –es bueno el nombre- está trabajando con empresas británicas como un banco comercial y la consultora Deloitte, así como con parte del Servicio Nacional de Salud (NHS en sus siglas en inglés). A primera vista, es difícil deshacerse de la sensación de que lo que hacen debe ser algún tipo de broma: sus métodos se basan en distintivos “sociométricos” que llevan puestos los empleados para registrar sus movimientos, interacciones y “patrones de habla”.

Por citar una explicación de lo que ello implica: “Los distintivos de Humanyze pueden registrar actividades físicas en tiempo real, capturar ‘señales sociales no-lingüísticas tales como el interés o la excitación’ sin grabar las palabras propiamente dichas, localizar a las personas que los llevan y su proximidad con las demás, y comunicarse con otros dispositivos electrónicos.” La empresa afirma que su trabajo ayuda a las empresas a “potenciar el trabajo en equipo y el compromiso de los empleados, mejorar los procesos y los planes de crecimiento.” Lo que provoca a las personas que tiene que llevar dichos distintivos no está tan claro.

En el contexto de un futuro automatizado, lo que todo esto significa resulta bastante claro. Encaminado a ser reemplazado por un robot, tendrás que convertirte tú mismo en uno y caer en un modo de existencia vislumbrado hace ya 20 años dentro del sorprendente y premonitorio álbum musical Ok Computer de Radiohead, en el collage sonoro titulado Fitter Happier. Entonadas por un sintetizador de voz parecido al de Stephen Hawking, esas palabras de hace años se convierten en algo con un significado sombríamente gracioso para la vida actual: “Más en forma, más feliz / Más productivo / Cómodo / No beber demasiado / Ejercicio regular en el gimnasio, 3 días a la semana / Desenvolverse mejor con tus empleados asociados actuales”.

Y hasta aquí hemos llegado con, increíblemente, la misma visión actualmente reforzada por una vigilancia integral. A juzgar por la forma en que se vende la idea, las personas responsables, por razones que ponen de manifiesto la ingenuidad sin fin del mundo de la tecnología, lo ven como una especie de utopía de la supereficiencia. Cualquiera que sepa un poco de lo que nos hace humanos debería reconocerlo por lo que es: un Capitalismo de la Stasi, que aparentemente avanza en su dominio a una velocidad espantosa y que solamente levanta unos débiles murmullos de protesta.

 

*Harris, John. “They call it fun, but the digital giants are turning workers into robots”. The Guardian, 20/01/2017. (Artículo consultado el 30/01/2017).

Acceso a la noticia: https://www.theguardian.com/commentisfree/2017/jan/20/digital-giants-workers-robots-film-employee-monitoring-the-circle

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