Algunas empresas se esfuerzan por hacer que la oficina sea divertida y lograr así que nos esforcemos más en el trabajo. Pero forzar la felicidad laboral con iniciativas más o menos originales puede tener incluso efectos adversos para determinados roles. The Guardian aconseja dejar de lado tanto jolgorio corporativo y centrarse en aspectos quizá no tan divertidos pero que promuevan realmente la satisfacción de los empleados.
En su búsqueda por hacer a los empleados más felices, empresas de todo el mundo han estado últimamente ocupadas instalando equipamientos para jugar en los lugares de trabajo. Google ha instalado toboganes en su oficina de Zúrich para que los ingenieros puedan deslizarse entre los pisos. En la firma online de zapatos Zappos animan a sus trabajadores a disfrazarse algunos días de sus animales favoritos. Hay empresas estadounidenses que dan a la plantilla la oportunidad de ser ninjas durante una jornada. Futbolines, videojuegos, muñecos y patinetes se han convertido en elementos habituales en algunos entornos laborales. Y si caminaras por las oficinas de Inventionland, te estarías equivocando si pensaras que te encuentras en un parque infantil: los espacios de trabajo allí incluyen un barco pirata de juguete, una casa en el árbol y un zapato gigante.
Y los esfuerzos que las empresas realizan para hacer que los empleados estén felices de pasar cada vez más horas en el trabajo no se detienen ahí: Tony Hsieh, Director General de Zappos, se ha hecho famoso por beber chupitos de vodka con los candidatos en las entrevistas. Y Expedia, clasificada este año como el lugar de trabajo más feliz del Reino Unido, se ha inspirado en un club nocturno con barras libres, zonas de chill-out y simuladores de Fórmula 1 para diseñar su oficina de Londres.
En The Wellness Syndrome (“El Síndrome del Bienestar”), el libro que he escrito junto con Carl Cederström, echamos un vistazo a la fascinación creciente por la felicidad en el trabajo. Nos hemos encontrado con una industria creciente de “diversultores” que ofrecen asesoramiento sobre cómo lograr una plantilla más positiva. Firmas como Zappos han empezado a contratar a responsables en Felicidad. También existe un auge en la investigación en management sobre la positividad en el trabajo.
Pero pese a todos los esfuerzos, el trabajo sigue siendo un asco. Según un reciente estudio de la London School of Economics, el sitio donde nos sentimos más miserables es el trabajo. Solo hay un lugar y una circunstancia que nos hace sentir peor: estar enfermos en la cama.
Las voces en favor de hacer que los empleados estén felices en el trabajo están impulsadas por uno de los tópicos más antiguos y de manual de gestión de Recursos Humanos: un trabajador feliz es un buen trabajador. Tal y como William Davies explica en su libro The Happiness Industry (“La industria de la felicidad”), dicha idea ha formado parte de la teoría del management desde por lo menos los años treinta del siglo pasado. El problema es que desde entonces ha habido décadas de investigación sobre la relación entre la satisfacción del trabajador y su productividad, y los resultados no son lo bastante concluyentes.
Hay estudios que muestran que si enseñas a unos estudiantes un monólogo humorístico y luego les haces señalar los errores de un escrito, lo harán mejor que otros estudiantes que no hayan visto primero la pieza cómica. Sin embargo, otro estudio de una importante cadena de supermercados de Reino Unido, descubrió que las tiendas con los empleados menos satisfechos eran las más productivas y rentables.
La felicidad en el trabajo puede ser buena para algunas labores –tales como los trabajos de cara al público, donde necesitas que dicho público se sienta también optimista- pero existen evidencias que indican que la felicidad podría suponer un lastre en otros roles. Un estudio, por ejemplo, descubrió que las personas que están enfadadas tienden a conseguir mejores resultados en una negociación que el que conseguirían otras personas más felices. Las personas de buen humor también son peores a la hora de detectar un engaño que las personas enfadadas.
Aunque la felicidad en el trabajo no siempre resulta buena para la productividad, ¿es buena entonces para los empleados individualmente? Pues tampoco es así siempre. Proceder con tanto énfasis en la felicidad puede desplazar otras emociones; enfado, tristeza, ansiedad e inseguridad –todas ellas parte esencial del entorno laboral contemporáneo- se convierten en algo mal visto. Dicho veto implícito sobre las emociones negativas puede por consiguiente resultar emocionalmente incapacitante para los trabajadores. Una serie de estudios recientes demuestran que ser capaz de expresar una variedad de emociones positivas y negativas es importante, particularmente cuando las personas están lidiando con experiencias difíciles.
Pero dar espacio para un abanico de emociones en el trabajo puede ser importante también para la salud de la empresa entera. Lo ilustra maravillosamente un estudio reciente que analiza los motivos del fracaso del fabricante de móviles Nokia. En 2007, el año que se lanzó el iPhone, Nokia era el líder mundial de fabricación de telefonía móvil. Disponía de amplia información sobre el proyecto de Apple, por lo que debería haber sido capaz de enfrentarse al reto de la competencia con éxito.
Sin embargo, la empresa finlandesa invirtió mucho en un sistema operativo para smartphone llamado Symbian y que no funcionaba bien. Los mandos intermedios de la empresa lo sabían, pero temían comunicar las malas noticias hacia arriba de la cadena de mando porque no querían parecer negativos. Dichos mandos habían recibido el mensaje: si quieres mantener tu división abierta, es imperativo ser optimista y transmitir noticias positivas. Debido a que la alta dirección solamente obtenía noticias positivas, les llevó demasiado tiempo deshacerse de Symbian, cambiar los sistemas operativos y lanzar un smartphone decente. Para entonces, Apple y Samsung ya habían superado a Nokia. Actualmente Nokia no fabrica teléfonos móviles.
La triste verdad es que estar constantemente a la caza de la felicidad puede en realidad significar que la felicidad nos rehúye. Este punto lo ilustra un estudio en el que unos psicólogos tuvieron a dos grupos de personas haciendo algo que habitualmente hace feliz a la gente: ver una película de alguien ganando una competición de patinaje sobre hielo. Posteriormente testaron lo feliz que les había hecho la experiencia. Antes de ver el vídeo, uno de los grupos leyó en voz alta un documento sobre lo importante que es ser feliz y tener una actitud optimista; el otro grupo no lo leyó.
Los psicólogos descubrieron que las personas del grupo que no había leído el escrito tendían a mostrarse más felices tras ver la película. Esto sugiere que cuando hablamos sobre la importancia de la felicidad, hacemos que sea menos probable encontrarla, incluso cuando pasamos por experiencias que normalmente nos harían felices.
Querer ser feliz en el trabajo está muy bien. Pero ser obligado a ser feliz en el trabajo puede crear problemas. Si las empresas estuvieran verdaderamente interesadas en hacer que sus empleados fueran felices en el trabajo, entonces probablemente dejarían de lado tanto jolgorio corporativo y fijarían su mirada en intervenciones no tan centradas en la diversión. Un paso simple sería permitir que los empleados trabajen desde casa una parte de su tiempo. Una investigación encontró que la satisfacción de los empleados y la productividad se disparan al permitir a un grupo de personas trabajar desde casa.
Un segundo paso sencillo sería dejar de interrumpir a los trabajadores con todo tipo de demandas sin sentido como largos e-mails, formularios burocráticos e iniciativas obligatorias en felicidad. Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Harvard Business School halló que los empleados se sienten más satisfechos en sus jornadas laborales cuando son capaces simplemente de centrarse de modo consistente en una parte importante del trabajo y logran algún progreso significativo en el mismo.
Por último, la eliminación de parte de la incertidumbre endémica que existe en muchos lugares de trabajo sería un excelente paso para lograr que los empleados fueran más felices. En mi propia investigación junto con Mats Alvesson, descubrimos que muchas de las iniciativas en reorganización y cambio organizacional logran muy poco aparte de hacer que los empleados se sientan mal, de cimentar la reputación de unos pocos jefes y de engordar las arcas de los consultores.
¿Alguna otra forma en la que las organizaciones realmente puedan hacer más felices a sus empleados, además de toboganes y chupitos de vodka? Pensárselo mucho antes de llevar a cabo cualquier reorganización en vano.
* Spicer, André. “The cult of compulsory happiness is running our workplaces”. The Guardian, 12/12/2016 (Artículo consultado el 21/12/2016).
Acceso a la noticia: https://www.theguardian.com/commentisfree/2016/dec/12/cult-compulsory-happiness-ruining-workplaces-office-fun