
Artículo Un cadáver en la oficina de La Vanguardia, 29/04/2007.
Hace dos años un auditor fiscal finlandés se quedó muerto ante su mesa. Las cien personas que trabajaban en planta tardaron dos días en darse cuenta. Parece que además de que sus compañeros no le hablaban en exceso, sus jefes tampoco requerían sus servicios con frecuencia. Sin duda es un ejemplo extremo de lo que David Bolchover denomina muertos vivientes de la oficina, pero resulta bastante ilustrativo.
Bolchover, que escribe con frecuencia sobre temas económicos en The Times o The Daily Telegraph,ha escrito sobre un tema paradójico en la sociedad de la hipercompetitividad y el horario laboral infinito: Los muertos vivientes, personas de toda condición que van a trabajar cada día a la oficina, se dirigen a sus mesas al mismo tiempo y se van a la misma hora, y en medio prácticamente no hacen nada. O bastante poco. En muchos casos, nadie sabe lo que hacen y a nadie le importa. Su contribución es escasa y su talento lleva mucho olvidado. Como dijo alguien que evitó asociar su nombre a la frase, "hay millones de personas que no hacen nada, pero reconforta saber que la mayoría de ellos tiene trabajo".
De hecho, se trata, según Bolchover, de una comunidad de tamaño notorio. Un 7,2% de los empleados norteamericanos encuentran tiempo en su atareada agenda para enviar más de veinte emails personales cada día. Y según Spysoftware el 70% de las páginas porno de internet se visitan durante la jornada laboral. Demasiado estrés. Así que Bolchover se propone narrar la realidad del no trabajo, bastante menos explorada que su opuesta. Una realidad que no consiste simplemente en gente que con un considerable rostro logra evadirse de sus tareas, sino también en una enorme masa de gente que sufre un tedio sin sentido, con el desánimo que conlleva, amén de la obvia ineficiencia económica.
Que no sea un tema muy cultivado se debe, dice el autor, a que es un tema escondido. Los Grandes Líderes no van a decir que tienen una plantilla desmotivada, y la filosofía de moda sobre el liderazgo ha sido la de los grandes gestos de cara a la galería, con ejecutivos aconsejados por consultores que quieren ganar dinero masajeando el ego del líder, lo que no lograrán hablando de problemas básicos de la empresa.
El autor habla de su vivencia: su empresa de seguros se olvidó casi de que existía. Pero siguió cobrando, y mucho. Todo el trabajo que realizó entre 1997 y 2003, dice, lo podría haber realizado en seis meses. Pero cayó "en una de esas enormes grietas del sistema", y nadie se molestó en pensar en él. Así, pasó de pequeñas empresas con poco sueldo y mucho trabajo a grandes empresas donde le sucedía lo contrario. No es extraño que piense que la cultura actual de la oficina en las grandes corporaciones está acabada.
Según las encuestas que utiliza Gallup, no sólo hay trabajadores motivados y no motivados, que se irán cuando tengan una oportunidad: también los hay activamente desmotivados, desencantados con su puesto de trabajo, lo que Bolchover asimila en buena parte a sus muertos vivientes. Personas que se aburren profundamente pero están atrapadas en una agradable seguridad financiera y hacen lo necesario para simular que trabajan. Y muchísimas personas cuyo talento es desperdiciado, que podrían hacer su trabajo con los ojos cerrados mientras juegan con la Xbox. Para el autor hay dos estados principales de empleados inactivos: los que aprovechan sus dificultades y cultivan alianzas para ascender, a los que llama operadores profesionales; y los que piensan que su vida laboral está vacía de significado, le han quitado todo interés, esto es, los muertos vivientes, excluidos de la corriente general, finalmente desilusionados y cínicos.
Llegados aquí, Bolchover expone el problema básico: que la maniobra política y el padrinazgo, y no la capacidad, son los motores del progreso individual en las compañías. Y eso genera con frecuencia toda una cadena de mandos intermedios mediocres, padres de los muertos vivientes. Los mandos intermedios, dice, son muchas veces recompensas a los discípulos de los jefes en el juego empresarial. Y cuando les ascienden lo habitual será que intenten continuar haciendo lo que les gustaba e ignorar la difícil tarea de dirigir a los demás. El sistema incentiva que asuman una responsabilidad que no quieren. Un sistema, cree el autor, llamado a la extinción. Por la competencia que se avecina y porque las expectativas de las nuevas generaciones siguen subiendo y se centran en la satisfacción y el significado.
Pese a todo, no es descartable que por un tiempo siga todo como describía el poeta Robert Frost: "La mente es un órgano maravilloso. Comienza a trabajar en cuanto uno se levanta por la mañana y no para de hacerlo hasta que uno llega a la oficina".
ISBN: 84-96612-58-7