En un mundo donde el empleo no es estable, resulta tentador no terminar nunca la jornada. Pero llegados a cierto punto, debe valer la pena irse a casa. Sin embargo, según Fortune, lo más complicado es determinar cuál es el número de horas semanales a partir de las cuales decrece la productividad.

En un mercado laboral incierto, las personas afortunadas con trabajo remunerado y estable a menudo se lo piensan dos veces antes de parar máquinas al final del día. ¿Pero existe algún beneficio en responder a esos e-mails de última hora o merodear por la oficina por una hora extra? ¿Existe una cantidad ideal de horas trabajadas por semana?

Es una pregunta difícil. Una hora semanal es demasiado poco para hacer bien un trabajo, y 168 –el número total de horas en una semana– tampoco sirve. Si a una persona se la privara así del sueño no serviría para nada.

La respuesta debe de estar en algún punto intermedio; aquel punto en el que comienza a decrecer el retorno, donde las horas previas han estimulado la productividad con un amplio margen pero las horas siguientes ya no sirven de mucho. ¿Pero de qué cantidad de horas podríamos estar hablando?

En una economía competitiva en la que la gente sigue valorando su familia y su tiempo de ocio, averiguar la respuesta podría dar a las empresas una ventaja estratégica, así que no es ninguna sorpresa que haya muchas personas con opiniones contradictorias sobre el tema.

El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, les dice a los licenciados en su habitual discurso de ceremonias de graduación que “no le hace daño a nadie ser el primero en llegar por la mañana ni ser el último en irse.”

En el bestseller del año pasado Rework (“Retrabajar”), los cofundadores de 37 Signals Jason Fried y David Heinemeier Hansson, se quejaban de la gente que “trata de solucionar problemas echándoles muchas horas… y como resultado logran soluciones deslucidas.” Los workaholics [adictos al trabajo] “no son héroes”, escriben. “No salvan el día, solamente lo gastan. El verdadero héroe es aquel que ya está en casa porque ha encontrado una forma más rápida de hacer las cosas.”

Entonces, ¿cuál es el número mágico?

Bloomberg, Fried y Hansson son todas personas con éxito, así que ¿quién lleva la razón? Hasta ahora, no ha habido mucha información al respecto, pero investigadores de la Harvard Business School, London School of Economics y otras instituciones han emprendido el CEO Time Use Project (“Proyecto sobre el uso del tiempo de la alta dirección”) para estudiar con exactitud la relación entre las horas de trabajo y el éxito. Usando registros de tiempo, gestionados por los asistentes personales de los directivos, y fijándose en distintas culturas, el estudio cuestiona cómo el uso del tiempo del máximo responsable de una organización determina el desempeño de la compañía entera.

Hasta ahora, los únicos datos disponibles provienen de un grupo de líderes de grandes empresas italianas. Pero según la profesora de Harvard Raffaella Sadun, “ya encontramos una correlación muy fuerte entre el número de horas que un directivo pasa en la oficina y la productividad de la compañía” (definida por la cantidad de ingresos por empleado) “y también su rentabilidad.” Cada aumento de un punto porcentual en las horas trabajadas significaba que la productividad de la empresa aumenta un 2,14%.

¿Significa esto que Bloomberg tiene razón y que deberíamos trabajar más horas? No necesariamente. Primero, Sadun y sus colegas encontraron una gran diferencia en la productividad según cómo los directores generales invierten esas horas adicionales. Reunirse con empleados está correlacionado con una mayor productividad, pero verse con consultores u otras personas externas no.

Y resultó que los directores italianos no pasaban su tiempo de trabajo haciendo lo que muchos ejecutivos considerarían como una semana laboral dura. Cada hora extra estimulaba la productividad, pero no debe sorprender, puesto que como media cada directivo participante del estudio en Italia pasaba 48 horas semanales en el trabajo.

Por supuesto, estas solo eran las horas de las que los asistentes personales tenían constancia así que, hasta cierto punto, “no sabemos si esas personas trabajaban durante el fin de semana o en casa,” puntualiza Sadun.

Sin embargo, un asistente tendría constancia de una teleconferencia  durante el fin de semana o por la noche, una cena o un discurso. “No quiero decir que los italianos sean vagos,” dice Sadun, que es italiana. Un análisis aproximado entre miembros de la alta dirección norteamericanos indica que probablemente trabajan unas pocas horas más. Pero también hay que tener en cuenta que esos italianos trabajando 48 horas a la semana tenían el suficiente éxito como para estar dirigiendo grandes y competitivas compañías. Como grupo, no es probable que dejasen 20, 30 o 40 horas productivas sin aprovechar, dado lo que está en juego. Esto quiere decir que quizás el punto de inflexión en el que el retorno y la productividad empiezan a decrecer no esté muy por encima de las 48 horas.

Existen pruebas de que esto también podría ser así en EEUU, incluso cuando la gente asegura estar trabajando más horas. Un pequeño secreto inconfesable de la investigación sobre el uso del tiempo es que la gente miente, y mucho, lo que motiva que Sadun y su equipo se fíen más de los registros de tiempo de los asistentes que de lo que cada directivo dice de si mismo. Un análisis que comparaba estimaciones de horas semanales de trabajo con registros reales de tiempo, conducido por el sociólogo John Robinson, de la University of Maryland, concluyó que como media, la persona que afirma trabajar 70, 80 o más horas a la semana en realidad trabajaba menos de 60.

¿Cuán valiosas son las horas extra?
Incluso trabajar 60 horas puede estar por encima del punto en que disminuye el retorno para algunas personas, según Cara France, Directora General de Sage Consulting Associates, una consultora de 65 empleados con sede en San Francisco.

El objetivo de France es trabajar 40 horas a la semana o menos, en parte para pasar tiempo con sus gemelos de 5 años. Ella calcula que las 40 horas son casi con exactitud el punto en que empieza a disminuir la productividad. “Si trabajas 65 horas en vez de 40, ¿harás más cosas? Sí,” dice. “¿Pero aprovecharás esas 25 horas de más? No. ¿Sacarás partido de 10 horas de más? Quizás.” Pero incluso eso no está claro, según France. Habiendo hecho horas extra en pasados proyectos profesionales, “diría que la disminución del rendimiento es enorme.”

David Lassman, Vicepresidente de Operaciones en Leed’s, organización dedicada a los productos promocionales, está de acuerdo. Él trabaja de 9 o 10 horas al día, y espera lo mismo de sus subordinados directos. La última o las dos últimas horas son “pura productividad –consigues más cosas de ellas,” afirma. “Tras 10 horas, empiezo a perder la concentración. Mis procesos mentales ya no son tan agudos.”

Las tentaciones de una jornada laboral interminable
No es raro ver a gente encargando comida por teléfono y saltando de un cubículo a otro, claramente sin hacer nada productivo. O saber que se van a casa pero dejan la Blackberry encendida toda la noche y le echan un vistazo rápido cuando se levantan para ir al baño, aunque la probabilidad de que llegue algún mensaje importante es casi nula. También es muy fácil llegar tranquilamente al punto de disminución del retorno cuando para ello ni siquiera hay que llegar a estar en una oficina.

Christa Carone, Directora General de Marketing en Xerox, menciona una cita sobre el tema: “El empleo ya no es un lugar, es un estado mental,” cuenta en un e-mail. “Ya no es tan importante el momento en que apago las luces de la oficina, sino que cada vez más se trata de cuando desconecto (por lo menos mentalmente) mi bandeja de entrada.”

El fenómeno tiene más que ver con la psicología que con la racionalidad económica. En un mundo tan competitivo donde el empleo no es seguro, resulta tentador ignorar el enfoque racional por el miedo a ser excluido.

Melissa Gerstein forma parte de un equipo de tres periodistas televisivas que han lanzado Moms and The City (“Las mamás y la ciudad”), un programa emitido por la NBC en varias ciudades que muestra la vida cotidiana de tres mujeres en Nueva York. Su horario –se levanta a las 5.30 de la mañana y contesta correos electrónicos a altas horas de la madrugada– es agotador, pero le preocupa que quizás aún siga trabajando por debajo del punto en el que baja la productividad. “Cuando estás en una marca emergente, es casi imposible rechazar nada,” explica Gerstein. “Quieres aprovechar cada oportunidad que se te presenta.”

Esto significa que ella y sus socias revisan el correo y hacen llamadas durante sus clases de danza o mientras empujan un cochecito de bebé por la calle. Aunque la proliferación de nuevos medios de comunicación ha propiciado mayores oportunidades para promocionar un programa como el suyo, a veces “me siento desbordada… A veces echo de menos los viejos tiempos cuando todo era mucho más fácil,” admite.

Melissa no está sola, pero otros tratan de recrear ese mundo más sencillo, aunque nadie más lo haga. Cara France, por ejemplo, no mira el correo electrónico después del trabajo. “Cuando estoy trabajando, estoy trabajando, pero cuando me he ido, me he ido,” afirma. Hasta ahora, está feliz con lo que eso significa para su empresa. Sage dobló sus ingresos entre 2009 y 2010 y recientemente se hizo un lugar en la lista Inc’s que recoge las 5.000 empresas privadas con un crecimiento más rápido. Parece que ha invertido bien su tiempo.


* Vanderkam, Laura. “How many hours should you be working?”. Fortune, 06/06/2011 (Artículo consultado on line el 16/06/2011)

Acceso a la noticia: http://management.fortune.cnn.com/2011/06/06/how-many-hours-should-you-be-working

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