Governs, empreses i treballadors necessiten canviar per mantenir la generació dels baby-boomers a la feina: la més nombrosa de la història, és la nascuda entre 1946 i 1964 i s 'apropa, en molts casos, a la jubilació.

Uno de los efectos secundarios de la Segunda Guerra Mundial fue el cambio social trascendental de la segunda mitad del siglo XX. Mientras los hombres iban al frente a luchar, las mujeres dejaron de lado sus quehaceres domésticos y sustituyeron a sus maridos en las fábricas y en las granjas. Nunca miraron hacia atrás. En aquella época, a algunos les preocupaba el impacto en la familia de su entrada en el mercado laboral, pero todos tuvieron que reconocer que las mujeres tenían tanto que ofrecer en el trabajo como los hombres.

Otro cambio tan importante como ese, está ahora mismo a punto de ocurrir. Dentro de medio siglo nos parecerá absurdo pensar que las sociedades occidentales empujan actualmente a un grupo potencial de trabajadores a quedarse en casa; y encima, pagarles por ello.

La cuestión sobre cómo tratar al número creciente de personas que se jubilan se ve, desde hace poco tiempo, como un gran rompecabezas financiero: cómo poder pagar el descanso de todos. Cuando Bismarck introdujo por primera vez las pensiones estatales en Alemania en la década de 1880, fijó la edad de jubilación a los 70 años, veinte años por encima de la esperanza de vida de la época. Hoy en día, los planes de pensiones privados y públicos, se fijan a los 65 años o antes, casi veinte años menos que la esperanza de vida actual en Occidente. Pero la cuestión va más allá de lo estrictamente financiero; este hecho aumenta las problemáticas sociales y económicas y sus soluciones tendrán que implicar a gobiernos, empresas y trabajadores.

Sin dientes, sin trabajo

La generación del baby-boom, la nacida a partir de 1945, ha empezado a llegar a la sesentena este mismo año. Contiene el mayor número de personas dispuestas a trabajar voluntariamente en un mismo periodo de toda la historia. Esta generación es bastante más numerosa que la precedente y también que la posterior, lo que proyecta una sombra sobre las empresas de muchos países. En Japón se espera que la fuerza de trabajo disminuya un 16% (unos diez millones de personas) durante los próximos 25 años. Europa verá crecer un 25% el número de trabajadores próximos al retiro. Algunas empresas ya se quejan de la falta de mano de obra cualificada, incluso antes de que hayan empezado a repartir con carretilla los consabidos relojes y plumas estilográficas de despedida de los trabajadores que se van a jubilar.

Hay varias maneras de afrontar esta falta de repuesto en el mercado laboral: el trabajo puede ser trasladado o deslocalizado, para tener la ventaja de la abundante mano de obra de países más pobres; las normas de inmigración laxas pueden permitir acceder a mano de obra cualificada de otros lugares; nuevos equipos tecnológicos pueden mejorar la productividad de una mano de obra más cualificada... Sin embargo, hay un recurso más sencillo que está al alcance de la mano.

Si quedarse en el trabajo fuera decisión de los trabajadores que tienen que jubilarse, muchos aceptarían el desafío. En parte porque no podrán esperar seguirse retirando de la misma manera que se ha hecho hasta ahora. Los planes de jubilación de empresa y los beneficios médicos cada vez son menos generosos. La semana pasada, General Motors se unió a esta tendencia con el anuncio de que va a limitar los gastos sanitarios de sus trabajadores jubilados.

Muchos baby-boomers afirman que quieren quedarse en el trabajo por algo más que por el dinero. Muchos también quieren quedarse hasta después de la edad de jubilación por la estimulación mental (intenta preguntarle lo mismo al próximo joven de 20 años que te encuentres en el ascensor). Su productividad quizá disminuya con la edad (aunque la experiencia aumenta, el pensamiento preciso decae), pero el patrón tradicional de jubilación, aquél en que una persona está un día en una atareada oficina ocupado como una abeja y al siguiente sólo es bueno para quedarse en casa, no tiene ningún sentido ni para las personas ni para las empresas. No se puede concebir con casos como los del influyente Carl Icahn, de 69 años, el mayor accionista de Time Warner; o el de KirK Kerkorian, de 88 años, que ha reorganizado General Motors.

Si los baby-boomers dicen que quieren trabajar más tiempo y las compañías quieren a trabajadores más especializados, ¿cuál es el problema? Parte de la respuesta está en que los mercados laborales funcionan particularmente mal con las personas mayores. Las pensiones deben ser desligadas de los salarios finales, para que los trabajadores no sean tan duramente penalizados si hay recortes salariales para mantener los empleos. Esto ya está pasando con la crisis de los planes definidos de retribución de las compañías. El Estado y las pensiones privadas deberían motivar a los trabajadores a posponer la jubilación, como ya ocurre en países como Suecia y Suiza. Ambos países tienen niveles relativamente altos de tasa de actividad de las personas mayores. Las pensiones deberían ser replanteadas para permitir el trabajo a tiempo parcial después de la edad oficial de jubilación.

Dado que los gobiernos se benefician si las personas trabajan más tiempo (porque pagan más impuestos y suponen un menor coste), deberían estar poniendo ansiosamente en práctica tales medidas. Sin embargo, en vez de estar liberalizando el mercado laboral para que las personas mayores puedan seguir trabajando, muchos gobiernos están centrados en legislar la prohibición de la discriminación por razones de edad. Los miembros de la Unión Europea están promoviendo estas leyes, a pesar de la experiencia americana. En EEUU ya están en vigor y han visto como endurecer los despidos de las personas mayores desanima a las empresas a contratarlas.

Las compañías, así como los gobiernos, deben ser flexibles. Esto está empezando a ocurrir, en parte porque las empresas están interesadas en atraer a más mujeres y los trabajos a tiempo parcial a menudo son tan atractivos para ellas como para los trabajadores de más edad. Las compañías grandes y bien gestionadas tienden a ofrecer este tipo de flexibilidad; las demás tendrán que aprender a hacer lo mismo.

Haz el trabajo y no la guerra

Por último, los trabajadores de más edad necesitan adaptarse. En muchas culturas, la edad está relacionada con formar parte de un rango superior, y por lo tanto de tener un salario mejor. Cuanto más mayor es un trabajador, más caro resulta. Los baby-boomers sólo seguirán encontrando trabajo si aceptan que sus salarios tienen que basarse en lo valiosos que resultan actualmente para la compañía, más que en el salario que cobraban en la cumbre de su carrera profesional. A pesar de que la falta de personal especializado pueda impulsar un aumento salarial a nivel general, estos trabajadores quizás deberían aceptar una bajada relativa de sus salarios y ventajas.

Los baby-boomers han cambiado el mundo desde la década de los sesenta. Están a punto de volverlo a cambiar otra vez transformando de arriba a abajo el mercado de trabajo. Este cambio social puede ser más silencioso que el anterior del cual fueron responsables, pero sus consecuencias van a resultar más profundas y duraderas.

Acceso a la noticia: http://www.economist.com/opinion/displayStory.cfm?Story_ID=E1_VVNNTRN

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