Quejarse de los malos jefes había sido el pan de cada día en oficinas de todo el mundo. Pero con la llegada del teletrabajo a causa de la pandemia, ha aparecido un nuevo tipo de empleado al que parece gustarle dificultar la vida a los demás, especialmente si es la de sus superiores. Desde Financial Times animan a identificar a estas personas e incluso a descubrir si no nos hemos convertido nosotros mismos en “subordinados tóxicos”.
En medio de conceptos como trabajo hibrido, trabajar desde casa y el quiet quitting -todos ellos maneras de trabajar universalmente sospechosas de demostrar poco compromiso-, la que una vez fue la figura de “jefe toxico” ha pasado a segundo plano. En su lugar, ahora la atención recae en otra cabeza de turco: el “subordinado toxico”.
Son las personas situadas más hacia el centro de la cadena alimenticia las que aparentemente están dificultando el trabajo a las demás, especialmente a sus superiores. Se las presenta como el tipo de personas que se aprovechan del nuevo paisaje hibrido.
Surgen cada vez más debates (informalmente, a puerta cerrada y en grandes foros web como Glassdoor) acerca del fenómeno de unos trabajadores insatisfechos saboteando a sus líderes que habían sido tan generosos con ellos en estos últimos años. Estas personas subordinadas son despreciadas y objeto de quejas poco discretas, aunque dichas quejas no le sirvan en realidad a nadie, especialmente a aquellos que supuestamente se autodenominan líderes.
Cuando escuchas cómo hablan ciertas personas sobre los compañeros y compañeras que están a su cargo, es como si fueran los partidarios del Brexit hablando de trabajadores migrantes antes del referéndum “vienen aquí y nos quitan nuestros trabajos británicos”. Ya conoces el tono: “¡Aquí vienen! ¡Quejándose sobre venir a trabajar para hacer lo que les toca! ¡Quieren quedarse en casa en pijama y hacer todas las reuniones con clientes por Zoom! Esta gente con lo del autocuidado y la salud mental… ¿Quién se creen que son? Lo siguiente es querer vacaciones pagadas.”
Todo el mundo solía quejarse de la gente por encima de ellos, no de los que están por debajo o en su mismo rango. El jefe toxico fue una base de la cultura popular de principios de los 2000, alcanzando su punto álgido con el personaje ficticio de mando intermedio David Brent en The Office o su homólogo americano, Michael Scott. Él o ella (en su versión femenina, un ejemplo es Jennifer Aniston como la lasciva y manipulativa jefa salida del infierno en la película Cómo acabar con tu jefe era fácil de despreciar.
Hay incluso un doloroso recuerdo en nuestra vida real de la versión chillona y mal hablada de estos líderes en el documental de la BBC Trouble at Topshop, que retrata a esta marca de moda británica que empezó a declinar tras haber sido adquirida por Philip Green en 2002. El liderazgo de Green incluía muchos gritos, utilizar dos teléfonos móviles a la vez y sacar 1.200 millones de libras del dividendo del grupo para pagar a su mujer. Algo así te hace echar de menos a los managers cuya toxicidad residía simplemente en hacer el baile del robot metido en un traje de poliéster que les quedaba pequeño.
Pero hoy en día el jefe malo ha caído en el olvido. En su lugar la etiqueta “tóxico” se aplica a cualquier persona que sea molesta. Y si mentalmente las etiquetas como personas “subordinadas”, entonces es un golpe de doble efecto: las has insultado y además te has ascendido a ti mismo.
Tengo una teoría sobre por qué ha pasado todo esto. Los jefes tóxicos que nos unieron una vez en una ridiculización social, puede que simplemente sean menos visibles ahora porque, desde mi punto de vista, ahora ellos son los que tienen menos probabilidades de haber vuelto a las oficinas. Especialmente por su estatus, tienen más capacidad para camuflar su ausencia. Ojos que no ven, corazón que no siente. Antes abanderados del presentismo, estos titanes de la industria se encuentran ellos mismos “Fuera de la Oficina” algunos días. Lo último que quieren es que el resto estén también fuera de la oficina para que ellos a lo mejor tengan que estar. Cualquiera que se queje de esta doble vara de medir pasa a ser un “subordinado toxico”.
Aunque aquí hay algo más que solo hipocresía. Los estereotipos culturales satirizados en la serie The Office ya se han quedado desfasados. Desde el advenimiento de las “organizaciones horizontales” (por muy ilusoria que suene la idea), a muchos trabajadores se les ha animado a pensar en ellos mismos como stakeholders, agentes de cambio y dueños de su propio destino. La pandemia cimentó esa idea, ya que mucha gente no tuvo más remedio que gestionarse sus propios horarios y compromisos. Tanto si las y los empleados hubieran tenido en algún momento cierto poder adicional significativo como si no, han empezado a creer que no son subalternos, sino que son de alguna manera iguales. Si no crees que esta actitud es común, probablemente no hayas entrevistado recientemente a ningún candidato para un trabajo.
¿La dura realidad? Sin quererme poner muy canónica sobre el tema, cuantos más defectos veamos en los demás, más probable es que nosotros también los tengamos. Tanto si se trata de un jefe como si es alguien de rango inferior, los últimos años nos han hecho ser un poco peores compañeros, magullados y ansiosos. ¿Acaso no somos todos un poco “tóxicos en recuperación”? El panorama es poco claro y la economía incierta. Los lazos esenciales que una vez nos unieron al trabajo, se están tomando un tiempo para regenerarse. Sin ponernos del lado del “jefe toxico”, quizá deberíamos pensar todos un poco más sobre si aún es fácil trabajar con nosotros. Si eso te suena demasiado conformista entonces lo más probable es que tú también seas una o un subordinado tóxico.
Groskop, Viv. “Forget the ‘toxic boss’ – meet the toxic underlings”. Financial Times, 10/10/2022 (Articulo consultado online el 20/10/2022)
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